Quien en Palma no busca glamour, aún encuentra algunas auténticas bares de barrio: precios asequibles, clientes habituales y dueñas que no ceden ante la moda turística.
Mesas de los habituales en lugar de fotos de Instagram
En el casco antiguo de Palma, los bares simples van desapareciendo poco a poco, pero algunos se han aferrado y siguen ahí. Estuve en varios de estos locales, de pie en la barra, charlando con los dueños y trayendo la sensación: aquí se trata de juntarse, no de espectáculo.
Bons Aires 13: Hamburguesas, televisión, conversaciones
En la calle Horts hay un pequeño bar que pasa casi desapercibido. El propietario, un chino, a menudo está él mismo detrás de la cocina y da vuelta las hamburguesas con una rutina que se saborea. Por unos 6,50 € con patatas se obtiene comida honesta, además a veces se ve noticias en la vieja pantalla, y hay muchos mallorquines jóvenes. Los precios de la cerveza, que no duelen, también ayudan.
Bar España – Can Vinagre: resistencia a ponerse elegante
El pasaje Oms tiene su leyenda: aquí un hostelero de larga data se encarga de que el bar conserve su identidad. La copa de vino de la casa cuesta alrededor de 3,15 €. En la pared cuelga un retrato, los relojes son antiguos y feos, y eso es precisamente lo que da el encanto. No es un interiorismo hipster, sino un lugar donde uno se reúne para una copa y no para una sesión de fotos.
Bar El Cisne y el pequeño viaje en el tiempo
Quien entra en la calle Berenguer de Sant Joan, a veces se siente transportado a los años 60. Mariano, el tabernero, mezcla historias con el servicio y sirve clásicos. En la carta todavía figura la bebida Lumumba, una mezcla de coñac y cacao, que despierta recuerdos en algunos lugareños. Uno ríe más fuerte, cuenta chistes extraños, y eso está totalmente bien.
La Tapita: frente a la policía, pero relajados
Frente a la sede de la autoridad en la calle Simó Ballester se está entre agentes de orden y varios tipos. Un pincho de tortilla cuesta casi 3 €, una tostada alrededor de 1,20 €. Las conversaciones no siempre son políticas, pero siempre son honestas.
También la Bar Vicente en la calle Rubén Darío es otro lugar así: sillas de madera que se tambalean, un tabernero que conoce la barra como su bolsillo, y una atmósfera en la que cualquiera encaja sin hacer mucho alboroto.
Por qué estos bares deben seguir existiendo
Estos locales no son un gabinete de nostalgia, sino la vida cotidiana. Los precios son favorables para los trabajadores, los dueños, a menudo gente de familia, que se levantan por la mañana y por la noche aún limpian la barra. Mientras por todas partes muchos rincones para turistas se transforman, estos locales conservan un trozo de la vida cotidiana en Palma.
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